Archivado en mayo 20, 2024
11 de mayo de 1904, nace un generador de arte, un hombre que despojó de toda realidad los sueños y como pistolero, con disparos creativos, certeros y en ocasiones incomprensibles, generó una vida que pocos se han atrevido a vivir… «El surrealismo soy yo…» y lo más surrealista es que es una afirmación probablemente cierta.
Salvador Dalí fue quizás el surrealista más popular y uno de los máximos exponentes mundiales del arte contemporáneo. Ya fuera un genio o un artista estrafalario, su legado no pasa inadvertido incluso hoy en día y no podemos más que maravillarnos con la perfección técnica y el imaginativo contenido de su arte, un arte de gran calibre.
Nacido en Figueres, España (pueblo que marcaría toda su producción) Dalí nunca fue un niño normal. Tuvo un hermano que murió antes que él y sus padres le pusieron el mismo nombre, Salvador, consintiendo todos sus caprichos. Desde muy pequeño ya dio muestras de genio: dejaba sus excrementos en cualquier lado, como forma de arte.
De adolescente viajó a Madrid, donde experimenta con el cubismo y el dadaísmo y entabla amistad con gentes como Lorca o Buñuel (con él co-dirige Un chien andalou y L’Age d’or). Y es que Dalí no sólo se dedicó a la pintura. Su creatividad abarcó el cine, la escultura, el diseño (el logo de chupa-chups) y la escritura… Mucho se especuló sobre su sexualidad, pero todo indica que Salvador era impotente (de ahí las formas flácidas de muchas de sus obras) y más bien asexual. Él mismo decía que sólo llegó al orgasmo un par de veces, y por masturbación. Su pelo largo, patillas y bigote no pasaron desapercibidos en el Madrid de la belle epoque. Su vida y su obra llegaron a ser la misma cosa y acabó siendo un showman obsesionado por promocionarse a sí mismo. Se podría decir que fue pionero de los happenings y del pop-art. Se creó ese personaje: provocador, imprevisible, loco…
En París, Dalí es ya toda una personalidad, aunque no sabe desenvolverse como una persona normal. No puede ni cruzar la calle solo. Pero ahí conoce a Gala que se convirtió en esposa, musa y cuidadora.
En 1934 es expulsado de los surrealistas y no repara en insultos contra Breton. («La diferencia entre los surrealistas y yo es que yo soy surrealista») En 1940 se traslada a los Estados Unidos, donde encaja perfectamente con el surrealista capitalismo. En Hollywood fue acogido con los brazos abiertos y colaboró con Disney, Hitchcock, los Hermanos Marx… e invitado a todas las fiestas donde hacía la delicia de la gente con sus salidas de tono.
Ocho años después regresó a España, que estaba bajo la dictadura de Franco, y abrazó su régimen sin escrúpulos. Dalí se consideraba un anticomunista radical, pero todo indica a que fue un oportunista que consiguió así que el dictador le dejara trabajar en paz. La verdad es que no hay nada más surrealista que la relación entre estos dos tipos.
Otra cosa que le achacan sus detractores es su desmesurado amor por el dinero, que amasó a manos llenas. Cualquier objeto daliniano se convirtió en un lucrativo negocio. En sus últimos años llegó a firmar hojas en blanco para favorecer las falsificaciones. Para él, la imitación de su obra era una prueba de su grandeza.
Dejando su vida aparte, Salvador Dalí fue un artista indiscutible. El detallismo minucioso pero mostrando un mundo inconsciente hacen de él el más grande pintor de sueños. Su naturalismo, tomado de sus ídolos Rafael y Velazquez, una enorme pasión por la ciencia y las asociaciones delirantes cuya ambigüedad provoca diversas interpretaciones son sólo tres rasgos de su arte.