Mi cámara se ha convertido en la mejor testigo del camino recorrido, la excusa para viajar, adentrarme, entrometerme, emocionarme y publicar estas fotografías que representan las formas y los contrastes del mundo, sus diferentes facetas y las diversas expresiones de vida.

Durante la vida de un fotógrafo, hay momentos que capturan la esencia misma de la existencia. Disparos que dan vida a las formas, contrastes y culturas. Disparos que con emoción nos ayudan a descubrirnos también a nosotros mismos. En mi caso, he presenciado momentos de pura magia y belleza, pero también de peligro y tensión.

Viviendo en México, mientras capturaba la vida urbana en una bulliciosa plaza comercial, presencié un atentado que hizo que mi corazón casi se parase. Un empresario huye herido mientras resonaban disparos de arma de fuego de alto calibre en el aire. La tensión y el fuego que rodeaban la ejecución de aquel acto infame en el ambiente de aquella plaza resultan inolvidables.

La ejecución visual de aquel momento polémico me enseñó que la fotografía va más allá de la estética y transformó aquel atentado en una lección de vida. Descubrí que la fotografía es un espejo de la realidad, capaz de reflejar la crudeza del mundo y, al mismo tiempo, la belleza que yace en lo efímero. A través de aquel atentado, mi visión como fotógrafo se expandió, comprendiendo que detrás de cada imagen hay una historia. La vida misma se tornó más vibrante y compleja a través de mi lente, recordándome que, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la fotografía puede alumbrar un sendero de comprensión y empatía.

He emprendido el mejor viaje de todos, el viaje de la vida, un viaje sin final. Gracias por compartirlo conmigo.